viernes, 30 de mayo de 2014

Duendes, unicornios y drogas II.

He vuelto para contaros cómo me va en un mundo plagado de duendes y cadáveres.
Aunque ya sé que os importa una mierda.
PERO OS JODÉIS Y OS TRAGÁIS MI VIDA.


[En capítulos anteriores...: Quemé a toda mi familia porque me lo dijo el duende Pequepenefósforo. También robé cosas, porque me lo dijo también y robar mola, es divertido. Igual que matar. Son los placeres de esta vida. Maté a todo el mundo y luego lo dominé junto con el duende, porque sí, porque podemos. Y lo repoblamos. Pero maté a nuestros hijos, eran feos. Me pegué un tiro y desperté en un hospital. Maté enfermeras y las violé. Me monté una orgía con sus cadáveres y con el duende. Maté al duende y me fui por ahí. Me encontré con varios duendes. Los maté a todos. Menos a uno que me dio droga. Luego conocí a Pablito, creo que tenía un fetiche con los clavitos, le clavé uno y me dio las gracias. Le pegué una paliza y murió de la emoción. Fin.]




Seguí vagabundeando por ahí en busca del duende que me dio la droga. Me gustó. Y a los duendes a los que se la vendí, y les maté antes de que la probasen, parece ser que también. Matar duendes antes de que se droguen es divertido, se frustran.
Más tarde me encontré con Pablín, parece ser que era el hermano gemelo de Pablito. Le pegué. No le hizo gracia y me pegó. Tuve que matarle, me tocó con sus sucias manos de niño con hermano fetichista de clavos. Malditos críos. Estas cosas no deberían estar permitidas.

Vi a un duende cantarín. No paraba de decir "Niños, niños; futuro, futuro". Le pregunté qué le pasaba, parecía que era retrasado. Me dijo que los niños eran el futuro de la humanidad y me empezó a echar una charla. Me aburrí y me dormí. Cuando me desperté estaba el duende durmiendo en bolas. Le di una colleja y le pinté un pene en la cara. En la espalda le escribí "kick me, I'm gay". Se despertó y se salió a la calle. Sí, salió a la calle en pelotas. Todo el mundo le iba pegando, era gracioso porque él no entendía nada.

Luego vi un pitufo verde. Mi infancia me dolió, yo creí que los pitufos eran azules. Snif. Según parece, era verde porque estaba salido. Le pegué una paliza y, moribundo en el suelo, se empalmó. La tenía pequeña, como era de esperar. Se la corté y aún quedó más pequeña, él lo llamó "hacer una circuncisión". Yo lo llamé diversión.

Me fui de allí y me encontré a Pequepenefósforo. Creí que le había matado. Estúpido duende, no hay forma de librarme de él. Pero no me reconoció y había encogido, a lo mejor era su hijo. Quién sabe. Le maté, por recordarme a Pequepenefósforo. Fue gracioso. Resulta que estaba casado y su mujer me pegó. Era una mujer, así que no podía pegarle y... Le toqué las tetas. Luego se las corté y las puse en la pared de mi casa. No sé de dónde he sacado una casa, pero tengo una. Quizá se la robé a alguien. En cualquier caso, su mujer murió desangrada y resultó estar embarazada y el bebé sobrevivió. Me lo tuve que quedar, me daba pena. Lo cuidé como si fuese mi hijo, le pegaba todo el día.

El niño ya tenía cinco años y le enseñé el oficio. Ya violaba y mataba por su cuenta. Me llena de orgullo y satisfacción este crío.— Un día llegó a casa y trajo un unicornio para comer, pero aún estaba vivo. Quería matarlo delante de mí para que me sintiese orgullosa de él y viese como trabaja, aw. Mi criajo es muy mono.


FIN.
POR AHORA.

lunes, 5 de mayo de 2014

Esclava del papel

Me hallo frente un papel el cual no sé cómo se supone que he de llenar. Tengo la sensación de que ha de ser con palabras, lo presiento. Lo necesito. Necesito llenarlo con palabras. Sé qué he de escribir, pero no sé el qué.

Me siento como como si fuese una necesidad vital para mi ser. Me siento vacía si no escribo, no hay nada más que me llene. Quiero escribir las veinticuatro horas del día, pero la inspiración no acude a mí.

¿Acaso soy una esclava de las palabras, de la escritura? ¿Una esclava de la tinta? ¿Una esclava del papel?

Siento que dependo de ello. Sin embargo es estúpido. ¿Cómo voy a depender de un mísero trozo de papel y un poco de tinta? Es una chorrada. Pero sin embargo cada día que pasa lo necesito más y más. No soy capaz de pensar en otra cosa; sólo quiero escribir hasta que me sangren los dedos, escribir hasta el fin.

Las palabras vienen y van, pero muchas, la mayoría, no se quedan y no me dejan escribirlas. Y me quedo en blanco. En blanco como este papel que tengo justo en frente, esperando a ser llenado con palabras y maravillado por la elegancia de éstas.

Pero no es más que un papel. ¿Cómo puede causarme tanta dependencia? Sin mí sólo es un trozo de papel en blanco más, sin valor. Y sin él yo... Sin él yo sólo soy una persona más. Sin talento ni aspiraciones. Una persona vacía.

Él depende de mí.
Yo dependo de él.
He de llenarlo con palabras para sentirme alguien.
Soy una esclava del papel.