jueves, 12 de septiembre de 2013

Duendes, unicornios y drogas I.

Estúpidos y sensuales duendes.

Cada día a la hora de comer veía un duende. Me gustaba llamarlo "Pequepenefósforo". No preguntéis, no os gustaría saber por qué. En realidad, qué más da, si os lo voy a decir igual. Tenía el pene pequeño y era fosforito. Resultaba gracioso. Aunque ahora que lo pienso, para ser un duende tenía el pene grande... Bah. Qué importará. Ah, también aparecía por las noches, mientras estaba yo en tumbada en la cama. Creo que quería violarme, pero yo siempre conseguía meterle la hostia del día y se quedaba K.O. Pobrecillo. Ahora me da pena. Pero es que era un duende y su pene era pequeño... Que se joda. No me habría servido de mucho. Bueno, me estoy yendo del tema (aunque no sé ni cuál es).

El duende me decía que quemase a mi familia. Creo que era amigo de José Bretón. También me decía que me casara con él, pero es que no medía ni metro y medio. Venga ya, que el tío ni llevaba tacones, ni plataformas, ni nada. Como para estar con alguien así. También me dijo que matara a la gente que vendía cosas, que así las tendría gratis. Me pareció una buena idea. Lo hice. Ahora tengo la nevera a rebosar de comida, pero no es problema, puedo robar más neveras y cosas. Robar es divertido. Matar gente más. Y destriparlos y escuchar sus gritos de pánico y dolor... Eso ya es orgásmico. Me sigo yendo del tema (y sigo sin saber cuál es).

Total. Que hacía caso al duende en lo que me decía. Tenía buenas ideas. Excepto en lo de casarme con él. Que por cierto, el cabrón encontró a una duendiduta -una duende prostituta- y... Bueno. Me callo que estamos en horario infantil. Da igual. Que se la folló y punto. La dejó seca, excepto su cara quedó muy... Vale, mejor no doy detalles. En fin. Que el duende dejó la idea de casarse conmigo (¡por fin!). Yo mientras encontré a un mozo, decía ser un princeso. Llevaba vestido. Muy raro todo. Aunque también tenía un unicornio rosa que escupía llamaradas de fuego y se tiraba cuescos que olían a mofeta, y le salían flores de la nariz. Estoy empezando a pensar que la droga me afecta. Bah, paparruchas.

Maté a mucha gente. Quemé muchas cosas. Y empecé a violar ardillas. Me empezó a atraer la zoofilia. Al final, acabé matando a todo el mundo, menos al duende. El duende era mi amigo. Hasta que me lo tiré. He aprendido que los duendes dan mucho placer, sí. Se convirtió en mi follamigo. Dominamos el mundo (porque más que nada, éramos ya los únicos seres que habitaban la Tierra. Espera, ¿o era otro planeta? Bah, ni idea). Y lo repoblamos todo. Salió una mezcla entre humano y duende. Raro. Y bajito. Pero al fin y al cabo, eran mis hijos, yo los tenía que ver preciosos y quererlos por cojones... Los maté. Eran demasiado feos y no salían mujeres y yo no estaba como para ir tirándome a todos. Que me hago mayor, hombre.

Acabé matando al duende. Se quejaba mucho. Al parecer él sí que quería a los críos raros esos. "Querer"... Eso es de pringaos. Me aburría y no tenía nada que hacer. Encontré una pistola en el suelo (menuda suerte la mía). Antes no estaba ahí. O sí. Yo qué sé. La droga me hace ver y dejar de ver cosas. Me pegué un tiro. No tenía nada mejor que hacer, estaba aburrida.

Resulta que no me morí. Me desperté en un hospital. Había una mujer muy sexy con un gorrito con una crucecita y un traje blanco muy ajustado. Dios, qué polvazo tenía la jodía. También había una señora de mediana edad diciendo que era mi madre. Los cojones. Maté a mi familia. No podía ser esa mujer mi madre. Total, que la maté. Eso por mentirosa. La mujer sexy me vio. No tuve más remedio que matarla. Eso sí, antes la violé. Debajo de mi camilla estaba el duende Pequepenefósforo. ¡Qué pesao'! Otra vez insistiendo en que me case con él. Le metí una hostia y lo dejé inconsciente. Me fui del hospital y, para mi suerte, encontré un camello. Me quería dejar la droga por cincuenta pavos. Como no tenía pavos porque yo era de ciudad, le maté y me quedé con la droga.

Seguí recorriendo mundo, hasta que me caí al suelo. Me hice daño. Fui al médico. Al parecer me había roto algo y me mandó al hospital. Maté al médico por no haberme dado nada para el dolor. Cuando llegué al hospital me volví a encontrar con el duende. Estaba violando el cadáver de la mujer sexy que había matado yo hacía un rato. Me dijo que iba a seguir matando enfermeras sexys y violándolas, que si me quería unir. Obviamente, acepté. Todo sea por ayudar a un amigo (ayudar, sí, no porque me guste matar y violar cadáveres, qué va, eso no). Acabamos matando a todas y reuniéndolas en una sola habitación después de haberlas violado ya una vez. Nos montamos una bonita orgía. Luego quemamos el hospital.

Me fui por ahí con el duende de party hard. Al parecer el cabrón lo llevaba haciendo desde hace años y nunca me había invitado. Bebimos mucho. Era gracioso ver al duende borracho. Se tiraba a todo lo que se movía. Por eso yo me quedaba quieta cual estatua cuando me miraba. Conseguí más droga y coloqué al duende, quería ver cómo le sentaba la droga. Para mi desgracia, parecía tener el mismo efecto que el alcohol en él.

Al día siguiente me desperté y me vi en la cama con el duende. Yo estaba desnuda y él empalmado. Pero no habíamos hecho nada. Él se había tirado a una duendiduta, y yo a una puta barata buenorra. Cómo me ponía esa tía. Antes de que se despertara el duende, le maté. No quería que me viera desnuda y me daba pereza vestirme.

Salí a la calle en pelotas e iba matando a todo ser que se me cruzase. Divertido, desde luego. Hasta que me cansé de las pelotas y se las di a un niño. Luego le pegué. Y sí, iba en pelotas literalmente. Iba sentada en pelotas de esas que botan. Las típicas que teníamos de pequeños y que nos divertíamos tanto hasta que nos caíamos y nos cagábamos en la hostia.

Me encontré con otro duende que tenía un caldero de pelo. Era asqueroso. También le maté y vendí el pelo para que se hiciera pelucas la gente. Me volví a encontrar otro duende. Empiezo a pensar que en esa mierda de lugar solo había duendes y humanos subnormales. Este duende me ofreció droga. Muy majo él. La acepté y le metí una colleja como forma de agradecimiento. Me siguió. Me iba diciendo algo de que un tal Pablito clavó un clavito y no sé qué pollas. Busqué a Pablito. Era un enano. Le clavé un clavito y me dio las gracias. Qué majo. Luego le di una paliza y acabó muriéndose de la emoción. Era la primera vez que le trataban así.

En fin. Todo era muy unicornios-tullidos-retrasados-hipsters y duendes. Sobretodo duendes. Y cadáveres que iba dejando yo. Luego los duendes hacían su magia de duende, y desaparecían. Me ahorraban tener que limpiar. Si en el fondo son un amor.


CONTINUARÁ.
O NO.
YO QUÉ SÉ.
NO VOY A DAROS ESPERANZAS DE QUE CONTINÚE,
PERO TAMPOCO DE QUE ACABÉ.
Que si acabase os haría felices y no.

ASÍ QUE, TAL VEZ, SOLO TAL VEZ:
CONTINUARÁ.